Mensaje final del Jubileo

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Queridos hermanos y hermanas de la comunidad humana, ¡la paz sea con todos ustedes!

 

Somos alrededor de cuatro mil consagradas y consagrados, procedentes de todas las partes del mundo, y hemos emprendido el camino para celebrar juntos nuestro jubileo, guiados por una luz, nuestro lema: ¡Peregrinos de la esperanza, en el camino de la paz! Deseamos llegar a ustedes con este saludo antes de despedirnos y regresar a nuestras tierras. Lo hacemos con la confianza de quienes se conocen, que guardan en la memoria nombres y rostros… porque nos encontramos en las plazas, en las calles a veces polvorientas y a veces embarradas de los lugares más remotos, en las oficinas, en los mercados, en los medios de transporte, en las iglesias, en las aulas de sus hijos y en las del catecismo, en los hospitales junto al lecho de un enfermo o detrás del féretro de un ser querido que ha partido. Por elección, nos encuentran donde la guerra devasta, donde la naturaleza se rebela, donde las dictaduras niegan toda forma de derecho humano. Compartimos con todos ustedes los sufrimientos en los momentos críticos de la vida, así como la alegría de los logros y de las metas alcanzadas.

Con fe y con gusto confiamos todo en nuestra oración a Dios, que cuida de nosotros y nos envuelve con su ternura. El día en que dijimos nuestro “sí” a la llamada de Jesús para vivir según el Evangelio en esta forma de vida, prometimos ser una presencia —hermanas y hermanos entre todos— dispuestos a dar la vida, a generarla, a acompañarla, a creer en su fuerza más allá de las apariencias. En estos días hemos atravesado la Puerta Santa, en comunión con nuestro Pastor, el Papa León XIV. El jubileo es una oportunidad para pedir perdón por las veces en que no hemos sabido ser presencia de escucha y de cuidado, sino que hemos cerrado los ojos y el corazón. Es también una oportunidad para alegrarnos y dar gracias por el bien recibido y ofrecido.

 

Ahora estamos listos para retomar el camino junto con todos ustedes: partimos desde aquí para decir paz con nuestra vida, para construirla junto con quienes cultivan el deseo de una humanidad plena, pidiendo el respeto de los derechos de todos, empezando por los más pobres, explotados e invisibles, apelando a quienes tienen responsabilidades en la sociedad civil, para que, sobre la lógica del beneficio que aplasta a los pequeños, prevalezca el cuidado capaz de hacer florecer cada germen de vida.

María, madre de Jesús y de todos nosotros, sea modelo de cómo construir la verdadera paz según el pensamiento de Dios.

 

Roma,  11 de octubre de 2025